viernes, 24 de julio de 2009

Jorge Manrique


Nació Jorge Manrique en 1440 y murió en Cuenca en 1479. Su poema "Coplas a la muerte de mi padre", es considerado como uno de los clásicos de la literatura española de todas las épocas.

Sus biógrafos no se han puesto de acuerdo sobre si nació en Palencia o en Jaén; fue hijo del estanciero Rodrigo Manrique y de doña Mencía de Figueroa, sobrino de Diego Gómez Manrique y sobrino nieto del Marqués de Santillana.

Durante su juventud participó en la lucha contra los musulmanes y en las intrigas para llevar al trono a los reyes católicos Isabel y Fernando, enfrentando a las tropas de Juana la Beltraneja.

Fue huérfano de madre desde su niñez, y su padre, que era uno de los hombres más poderosos de la época, falleció víctima de un cáncer que le desfiguró el rostro el año 1476.

Estudió Humanidades y Milicia. Su tío Gómez Manrique fue también poeta y dramaturgo. En 1470 caso con doña Guiomar, que era hermana de la segunda esposa de Rodrigo Manrique su padre.

En 1479 fue herido de muerte durante un combate contra los opositores a la ascención al trono de los reyes católicos y a consecuencia de las heridas murió días después, aunque algunos cronitas como Hernando del Pulgar afirman que falleció durante la batalla.

Su obra poética no fue extensa, ya que se conservan alrededor de 40 trabajos, de estilos amoroso, satírico y doctrinal y se les cataloga dentro de la poesía cancioneril, con influencia provenzal. Su obra cumbre son las "Coplas por la muerte de su padre", del que Lope de Vega afirmó que merecía ser escrito en letras de oro.
Como ejemplo de su poética incluimos su obra cumbre:


Coplas a la muerte de su padre


Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte,

contemplando

cómo se passa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el plazer,

cómo después, de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

cualquiera tiempo passado

fue mejor.


Y pues vemos lo presente

cómo en un punto s'es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por passado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera,

más que duró lo que vio,

porque todo ha de passar

por tal manera.


Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar

que es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros, medianos

y más chicos,

i llegados son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.


Dexo las invocaciones

de los famosos poetas

y oradores;

no curo de sus ficciones,

que traen yerbas secretas

sus sabores.

A Aquél solo me encomiendo,

Aquél solo invoco yo,

de verdad,

que en este mundo viviendo

el mundo no conosció

su deidad.


Este mundo es el camino

para el otro, que es morada

sin pesar;

mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada

sin errar.

Partimos cuando nascemos,

andamos mientra vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenescemos;

assí que, cuando morimos,

descansamos.


Este mundo bueno fue

si bien usáremos dél

como debemos,

porque, según nuestra fe,

es para ganar aquél

que atendemos.

Y aun el hijo de Dios,

para sobirnos al cielo,

descendió

a nascer acá entre nos

y vivir en este suelo

do murió.


Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que, en este mundo traidor,

aun primero que muramos,

las perdemos:

dellas deshaze la edad,

dellas casos desastrados

que acaescen,

dellas, por su calidad,

en los más altos estados

desfallescen.


Dezidme, la hermosura,

la gentil frescura y tez

de la cara,

la color y la blancura

cuando viene la vejez,

¿cuál se para?

Las mañas y ligereza

y la fuerça corporal

de juventud,

todo se torna graveza

cuando llega al arrabal

de senectud.


Pues la sangre de los godos,

el linaje y la nobleza

tan crescida,

¡por cuántas vías y modos

se sume su gran alteza

en esta vida!:

Unos, por poco valer,

por cuan baxos y abatidos

que los tienen;

otros que, por no tener,

con oficios no debidos

se mantienen.


Los estados y riqueza

que nos dexan a deshora

¿quién lo duda?

No les pidamos firmeza,

pues que son de una señora

que se muda;

que bienes son de Fortuna

que revuelve con su rueda

presurosa,

la cual no puede ser una,

ni estar estable ni queda

en una cosa.


Pero digo que acompañen

y lleguen hasta la huesa

con su dueño:

por esso no nos engañen,

pues se va la vida apriessa

como sueño.

Y los deleites de acá

son, en que nos deleitamos,

temporales,

y los tormentos de allá,

que por ellos esperamos,

eternales.


Los plazeres y dulçores

desta vida trabajada

que tenemos,

¿qué son sino corredores

y la muerte, la celada

en que caemos?

No mirando a nuestro daño,

corremos a rienda suelta

sin parar;

desque vemos el engaño

y queremos dar la vuelta,

no hay lugar.


Si fuesse en nuestro poder

tornar la cara fermosa

corporal,

como podemos hazer

el ánima gloriosa

angelical,

¡qué diligencia tan viva

toviéramos toda hora,

y tan presta,

en componer la cativa,

dexándonos la señora

descompuesta!


Essos reyes poderosos

que vemos por escrituras

ya passadas,

con casos tristes, llorosos,

fueron sus buenas venturas

trastornadas.

Assí que no hay cosa fuerte,

que a papas y emperadores

y perlados,

assí los trata la muerte

como a los pobres pastores

de ganados.


Dexemos a los troyanos,

que sus males no los vimos

ni sus glorias;

dexemos a los romanos,

aunque oímos y leimos

sus historias.

No curemos de saber

lo de aquel siglo passado

qué fue d'ello;

vengamos a lo de ayer,

que también es olvidado

como aquello.


¿Qué se hizo el rey don Juan?

¿Los Infantes de Aragón,

qué se hizieron?

¿Qué fue de tanto galán?

¿Qué fue de tanta invención

como truxieron?

Las justas y los torneos,

paramentos, bordaduras

y cimeras,

¿fueron sino devaneos?,

¿que fueron sino verduras

de las eras?


¿Qué se hizieron las damas,

sus tocados, sus vestidos,

sus olores?

¿Qué se hizieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar,

las músicas acordadas

que tañían?

¿Qué se hizo aquel dançar,

aquellas ropas chapadas

que traían?


Pues el otro, su heredero,

don Enrique, !qué poderes

alcançaba!,

¡cuán blando, cuán halaguero

el mundo con sus plazeres

se le daba!

Mas veréis, ¡cuán enemigo,

cuán contrario, cuán cruel

se le mostró!;

habiéndole sido amigo,

¡cuán poco duró con éllo que le dio!


Las dádivas desmedidas,

los edificios reales

llenos de oro,

las vaxillas tan febridas,

los enriques y reales

del tesoro,

los jaezes y caballos

de su gente, y atavíos

tan sobrados,

¿dónde iremos a buscallos?;

¿qué fueron, sino rocíos

de los prados?


Pues su hermano, el inocente

que, en su vida, sucessor

se llamó,

¡qué corte tan excelente

tuvo y cuánto gran señor

que le siguió!

Mas, como fuesse mortal,

metióle la muerte luego

en su fragua.

¡Oh, juïzio divinal!,

cuando más ardía el fuego

echaste agua.


Pues aquel gran Condestable,

maestre que conoscimos

tan privado,

no cumple que dél se hable,

sino solo que lo vimos

degollado.

Sus infinitos tesoros,

sus villas y sus lugares,

su mandar,

¿qué le fueron sino lloros?,

¿fuéronle sino pesares

al dexar?


Pues los otros dos hermanos,

maestres tan prosperados

como reyes,

que a los grandes y medianos

truxeron tan sojuzgados

a sus leyes;

aquella prosperidad

que tan alto fue subida

y ensalzada,

¿qué fue sino claridad

que, estando más encendida,

fue amatada?


Tantos duques excelentes,

tantos marqueses y condes,

y barones

como vimos tan potentes,

di, Muerte, ¿dó los escondes

y traspones?

Y las sus claras hazañas

que hizieron en las guerras

y en las pazes,

cuando tú, cruda, te ensañas,

con tu fuerça las atierras

y deshazes.


Las huestes innumerables,

los pendones y estandartes

y banderas,

los castillos impugnables,

los muros y baluartes

y barreras,

la cava honda, chapada,

o cualquier otro reparo

¿qué aprovecha?

Que si tú vienes airada,

todo lo passas de claro

con tu flecha.


Aquel, de buenos abrigo,

amado por virtuoso

de la gente,

el maestre don Rodrigo

Manrique, tan famoso

y tan valiente;

sus grandes hechos y claros

no cumple que los alabe,

pues los vieron,

ni los quiero hazer caros,

pues el mundo todo sabe

cuales fueron.


¡Qué amigo de sus amigos!

¡Qué señor para criados

y parientes!

¡Qué enemigo de enemigos!

¡Qué maestro de esforçados

y valientes!

¡Qué seso para discretos!

¡Qué gracia para donosos!

¡Qué razón!

¡Qué benigno a los sujetos,

y a los bravos y dañosos,

un león!


En ventura, Octavïano;

Julio César, en vencer

y batallar;

en la virtud, Africano;

Aníbal, en el saber

y trabajar;

en la bondad, un Trajano;

Tito, en liberalidad

con alegría;

en su braço, Aurelïano;

Marco Atilio, en la verdad

que prometía.


Antonio Pío, en clemencia;

Marco Aurelio, en igualdad

del semblante;

Adrïano, en elocuencia;

Teodosio, en humanidad

y buen talante;

Aurelio Alexandre fue

en disciplina y rigor

de la guerra;

un Costantino, en la fe;

Camilo, en el gran amor

de su tierra.


No dexó grandes tesoros,

ni alcançó grandes riquezas

ni vaxillas,

mas hizo guerra a los moros

ganando sus fortalezas

y sus villas.

Y en las lides que venció,

muchos moros y caballos

se perdieron,

y en este oficio ganó

las rentas y los vasallos

que le dieron.


Pues por su honra y estado,

en otros tiempos passados,

¿cómo se hubo?:

Quedando desamparado,

con hermanos y criados

se sostuvo.

Después que hechos famosos

hizo en esta dicha guerra

que hazía,

hizo tratos tan honrosos

que le dieron aun más tierra

que tenía.


Estas sus viejas estorias

que con su braço pintó

en la joventud,

con otras nuevas victorias

agora las renovó

en la senectud.

Por su gran habilidad,

por méritos y ancianía

bien gastada,

alcançó la dignidad

de la gran caballería

de la Espada.


Y sus villas y sus tierras,

ocupadas de tiranos

las halló,

mas por cercos y por guerras,

y por fuerça de sus manos

las cobró.

Pues nuestro Rey natural,

si de las obras que obró

fue servido,

dígalo el de Portugal,

y en Castilla quien siguió

su partido.


Después de puesta la vida

tantas vezes por su ley

al tablero,

después de tan bien servida

la corona de su Rey

verdadero,

después de tanta hazaña

a que no puede bastar

cuenta cierta,

en la su villa de Ocaña

vino la Muerte a llamar

a su puerta.


Diziendo: "Buen caballero,

dexad el mundo engañoso

y su halago,

vuestro coraçón de azero

muestre su esfuerço famoso

en este trago;

y pues de vida y salud

hezistes tan poca cuenta

por la fama,

esforçad vuestra virtud

para sofrir esta afruenta

que os llama.


"No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

pues otra vida más larga

de fama tan glorïosa

acá dexáis.

Aunque esta vida de honor

tampoco no es eternal

ni verdadera,

mas con todo es muy mejor

que la otra temporal,

perescedera.


"EI vivir que es perdurable

no se gana con estados

mundanales,

ni con vida deleitable

en que moran los pecados

infernales.

Mas los buenos religiosos

gánanlo con oraciones

y con lloros;

los caballeros famosos,

con trabajos y aflicciones

contra moros.


"Y pues vos, claro varón,

tanta sangre derramastes

de paganos,

esperad el galardón

que en este mundo ganastes

por las manos;

y con esta confiança,

y con la fe tan entera

que tenéis,

partid con buena esperança,

que esta otra vida tercera

ganaréis".


Responde el Maestre
"No gastemos tiempo ya

en esta vida mezquina

por tal modo,

que mi voluntad está

conforme con la divina

para todo;

y consiento en mi morir

con voluntad plazentera,

clara y pura,

que querer hombre vivir,

cuando Dios quiere que muera,

es locura."


Oración
"Tu, que por nuestra maldad

tomaste forma servil

y baxo nombre;

Tú, que a tu divinidad

juntaste cosa tan vil

como el hombre;

Tú, que tan grandes tormentos

sufriste sin resistencia

en tu persona;

no por mis merescimientos,

mas por tu sola clemencia,

me perdona."


Cabo
Así, con tal entender,

todos sentidos humanos

conservados,

cercado de su mujer,

y de hijos, y hermanos,

y criados,

dio el alma a quien gela dio,

ei cual la ponga en el cielo

en su gloria.

Y aunque la vida murió,

nos dexó harto consuelo

su memoria.

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